¿Por qué huele tan mal?, es lo que nos preguntamos de vez en cuando, al llegar o salir de algunas ciudades.
¿Qué es ese cerro tan extraño?, imagen que llama nuestra atención en lugares afuera de las concentraciones urbanas por su anormalidad.
Los rellenos sanitarios o vertederos de desechos, es la respuesta en muchos casos a estas preguntas de viajero curioso.
Sin embargo, el mal olor y la contaminación, ¡son lo de menos! Si tienes la “oportunidad de entrar y conocerlos”, entonces puedes dimensionar lo que en realidad significan y lo que nos hemos acostumbrado a hacer todos los días para ocultar nuestra basura.
Si hiciéramos un corte lateral en una pared del relleno sanitario, comprenderíamos la cantidad de plástico, envases y todo lo que consumimos , así como lo inútil de este apilamiento. Estos residuos estarán en este lugar por años, incluso siglos, sin ningún beneficio y quizá representen algo cercano a por lo menos la mitad del volumen enterrado.
Abajo hay gas, producido por la materia orgánica y su descomposición (fermentación), es realmente un tanque de biogás que hay que manejar con mucho cuidado y prácticas correctas, aunque en el día a día, realmente no se siguen al pie de la letra dicho tipo de precauciones y mantenimiento. Sin embargo, incluso bajo estrictos cuidados, tampoco evita que potencialmente sea un riesgo para el medio ambiente no solo por los lixiviados liberados al subsuelo, sino además una amenaza continua de incendio que prendería sin parar hasta su desaparición.
Emisiones atmosféricas, olores desagradables, riesgo constante, roedores, plagas y aves de rapiña, son sus características propias, que aceptamos ya cómo parte de nuestra cultura de manejo del residuo.
Las emisiones y los daños a la atmósfera son inminentes, pero no los vemos y cuantificarlos es algo surrealista, por lo que nos acordamos de vez en cuando de ellos, como cuando nos cuestionamos qué deteriora la naturaleza mientras tomamos tranquilamente un café con los amigos.
Entonces las preguntas obligadas nacen invariablemente, ¿no existe otra forma de hacerlo? La respuesta es un “sí, ¡claro!” con mayúsculas.
¿Por qué entonces no lo hacemos?
La razón principal es, porque es lo más fácil de hacer y lo más barato para manejar los residuos urbanos.
Quizá otra respuesta será: porque nos sobra espacio y podemos darnos el lujo de ir lejos y ocultarlo. El tiempo, y la expansión de las ciudades, llega siempre y nos lo vuelve a revelar, pero por algún tiempo no lo vimos y vivimos tranquilos ignorándolo.
Los efectos al subsuelo y mantos acuíferos, cuando no se maneja de manera correcta el relleno, son inminentes al trasminarse los líquidos (lixiviados) que genera la materia orgánica en descomposición. Los líquidos siempre encuentran un camino.
Nuevamente, nos preguntamos al ver la fila interminable de camiones recolectores subiendo y bajando para entregar la basura de las ciudades al relleno, ¿cuánto combustible empleado en mover algo que ya no sirve?, ¿cuántos kilómetros anuales de traslados?,¿ cuántas personas trabajando en mover basura?
E invariablemente concluimos, ¿es realmente lo más económico? O bien, al igual que en la decisión inicial de en dónde ubicar el relleno sanitario, es simplemente algo que no queremos ver y asumir. De tal manera que gozamos de la comodidad que nos brinda el olvido, justificándonos en la economía, aunque esto nos evite encontrar soluciones más lógicas y de beneficio común.
Nuestra responsabilidad como habitantes de la Tierra y pensando en las generaciones del futuro, es asumir el costo real de este tipo de prácticas y cambiarlas de forma urgente, hacia algo más eficiente en el manejo de los residuos urbanos, dejando de ocultar lo que en realidad implica esta costumbre y sus verdaderas consecuencias tanto económicas como ambientales y sociales.
Sugerencia de lectura: No tenemos derecho a equivocarnos.
Estas consecuencias, nocivas sin duda alguna, pero no cuantificadas, siguen una paradoja supuestamente económica que nos permite justificarla y nos deja dormir tranquilos por algún tiempo, hasta que los residuos sean tantos, que sean imposibles esconderlos o bien, que sus estragos sean imposibles de ignorar.
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