El residuo urbano está compuesto por aproximadamente un 50% de materiales orgánicos (residuos alimenticios, poda urbana, etc), el 10% son empaque y materiales susceptibles de ser reciclados.
Sin embargo, no todo ello es comercialmente aceptado, por lo que en realidad un 5% es destinado a este sector, el 30% está compuesto de materiales no comercializables: plásticos, textiles, papel, cartón y vidrio. Por su tamaño pequeño, suciedad o uso previo no puede ser comercializado, pero pueden ser convertidos en combustible alterno para la generación de energía combinándolo con el material que no pudo ser comercializado.
Finalmente, el resto de los materiales inertes y sin poder calorífico deben tratarse en un relleno sanitario de tipo seco y almacenarse ordenadamente. Con lo que el beneficio es claro al reducirse el material en esta condición.
El balance de masa es la clave en la búsqueda de la solución.
El centro de la solución
Las posibilidades por lo tanto comienzan en la separación del RSU para dar destino útil a cada una de las fracciones que lo componen.
Pero es en el tratamiento de la parte orgánica en donde está la clave de la solución.
Deshidratar la parte orgánica mediante un proceso natural de fermentación, permite reducir su impacto ambiental y controlarlo. Además de que su volumen se reduce a un 30%, el producto final se puede limpiar lo suficiente, como para obtener una tierra inerte de relleno a un costo razonable y con una inversión en equipos debajo de cualquier otra alternativa.
La creación de nuevos mercados para este producto como el de paisajismo permitirían su salida y utilización final.
Su uso como combustible verde (biomasa), es otra posibilidad complementaria que debemos considerar seriamente, ofreciendo la ventaja de terminar con el volumen y evitar el costo de manejo del material. Transformando así el RSU en una alternativa de creación de combustibles alternos derivados de residuo (CDR) para la producción energética.